


JASON KHASS
Dedicatoria:
A todos los inmigrantes del mundo
Índice
Nuevos aires.
El encanto
Mariposas.
Hora de regresar.
Sorpresas.
Explosiones.
Una visita inesperada.
Decisiones.
Un joven brillante.
La propuesta
Festejos.
Campanas y arroz.
Luna para dos.
La casa.
Premonicíon.
Un sueño profundo.
Cartas.
Sonidos y milagros.
La sinfonía de Petter Barret.
Suspiros.

El naciente día acompañaba su tristeza, no era soleado, tampoco nublado, la alborada carecía de la magia que la caracterizaba. Para Petter, era un día neutro, uno de esos días en que el mar decide no mostrar su hermosura, su espectáculo de olas arribando a la orilla como divirtiéndose con el viento, mientras que al mismo tiempo le responde al sol con su brillante resplandor entre algunas pizcas de colores. Solo era un día más, un día más lejos de las personas que amaba, lejos de los suyos.
Sentado en una banca de la plaza que está frente al mar, Petter suspiraba recordando sus días pasados, su adolescencia y sus viejos amigos.
Le gustaba observar las expresiones de las personas, su mirada se colocaba constantemente en el horizonte pensando en la inmensidad <<así tan inmenso y profundo ha de ser nuestro andar>>. La arena que era arrojada por el viento acariciaba sus pies, perdía la cuenta de cuantas aves podía contar sin repetir la misma. El olor del mar, los juegos de los chicos con sus padres en la plaza, los turistas que se detenían a preguntar por la mercancía que algunos en la plaza ofrecían en sus pequeñas tiendas. Sin duda los helados que preparaba el viejo Tom Cranston eran los mejores, sus variedades de sabores ofrecían a las personas olvidar rápidamente el sabor de la playa. Y es que el puerto de Charleston siempre es así de concurrido, siempre es alegre, sin embargo, hoy carecía de cierta magia para Petter.
Cuando era niño, sus padres solían ir a la playa, era inevitable recordar aquellos momentos que hoy invadían sus ojos. Sus castillos de arena, sus barcos de madera, su pelota. Pero sobre todo las risas de papá y mamá correteándolo por toda la playa. Una de las escenas que más fuerza tenía en su mente era la de su abuelo, sentado en su silla tomando el sol; con sus enormes lentes que causaban gracia, siempre leyendo, siempre escuchando música en su viejo radio de baterías. Su abuelo era un hombre apuesto que se negaba a envejecer a pesar de la cantidad de años que yacían en su espalda.
Heredó de su madre el fantástico color avellana de sus ojos y su cabello castaño oscuro, de su padre; la fuerza y el tamaño, aunque su padre era un hombre muy inteligente, le atribuía a su abuelo el haber heredado la capacidad creativa, la inteligencia emocional y la curiosidad por las cosas.
Cuántos momentos, cuántas anécdotas, cuánta vida que hoy se escapaba, así como se escapaban sus suspiros adornados de una mirada lejana, húmeda, una mirada que asomaba un bosque sin color, una inmensa tristeza que invadía aún sus más profundos anhelos.
Había una especie de lamento que retumbaba en su interior, la nostalgia se había apoderado de todo su ser. De pronto, aquel momento fue interrumpido tras percibir que una persona corría hacia él gritando su nombre. A la distancia, pudo distinguir que se trataba de John Hamilton, su amigo de hace ya un tiempo.
Petter y John se conocieron trabajando en el muelle, fue muy duro conseguir empleo por su condición de inmigrante, no obstante, caminando por el muelle y preguntando aquí y allá, alguien le sugirió acercarse al puerto, ya que siempre solicitan personal de aseo y mantenimiento, y en efecto; pudo comenzar a trabajar allí por unos pocos dólares la hora, así que; lavaban el interior de los barcos que arribaban repletos de turistas, comerciantes, personas muy importantes que solo venían de vacaciones. Era impresionante ver a tantas personas descender de una embarcación. En algunas ocasiones, Petter se quedaba mirando el rostro de las personas mientras que estas desembarcaban, sus rostros reflejaban la emoción de una aventura, algunos solo daban gracias a Dios, tal vez porque habían llegado sanos y salvos, como si se hubiesen enfrentado a una tormenta o quizás por otra razón que Petter conocía muy bien. Lo más chistoso era ver a aquellas personas que descendían mareados, vomitando. Todos eran atendidos al llegar, eran recibidos en el puerto por un equipo especial.
Algunas veces Petter veía descender a los músicos, uno que otro bajaba con su instrumento, y de solo imaginar lo bien que estos la habían pasado, la emoción no se hacía esperar. Era seducido por la esperanzadora idea de que algún día también podría tocar en alguno de estos barcos, le apasionaba creer que volvería a tocar para alguien, aunque por ahora sus sueños habían quedado a un lado tras buscar día a día su sustento y su propia estabilidad. Mientras, John prestaba más atención al rostro de las hermosas mujeres que con elegancia descendían de la embarcación. Algunas sobresalían por sus peinados ostentosos y joyas que dejaban ver con facilidad su posición económica, otras más atrevidas: exponían sin pudor su escultural cuerpo con trajes entallados y descotes que para la época dejaban mucho que decir.
<<Y ahora le toca el turno a las más hermosas>> decía en tono sarcástico al ver descender a las camareras. Aunque ellas trataban de mantener la postura y el decoro, sus rostros develaban el cansancio, sin maquillaje, algunas simplemente estaban sin arreglarse el cabello; estaban deseosas de bajar finalmente del barco y encontrarse con sus familiares, tomar un buen y merecido descanso, eso era lo que más importaba.
John nunca hizo alguna broma hacia ellas en sus caras, todo lo contrario, siempre se mostraba caballero y amigable. Él tenía un sentido del humor muy particular, siempre estaba tratando de levantar el ánimo de los demás y tenía la habilidad de hacer un chiste de casi cualquier cosa. No era tan apuesto, pero su personalidad atraía a las chicas, como por ejemplo Evelyn Baker (una británica que ocupaba el cargo de gerente en el negocio de todo lo que tenía que ver con las camareras, desde las personas que limpiaban las habitaciones, hasta los que preparaban la comida) siempre le insinuaba a John la posibilidad de tener una relación, pero su corazón ya se había fijado en alguien.
Desde entonces, Petter y John se habían convertido en grandes amigos. John conocía casi toda la historia de Petter y sabía por lo que estaba atravesando, por lo cual decidió ir a contarle de la gran aventura que estaba por ocurrir.
—Hombre, ¿Dónde has estado? ¡Te he estado buscando por toda la playa! —exclamó John casi sin aliento, pero Petter solo sonrió a medias. John limpió el lugar al lado de Petter el cual estaba aún húmedo por la llovizna de la madrugada, sin embargo, prefirió sentarse al su lado derecho, el cual parecía estar más limpio. Se sentó tratando de animarlo y dijo con una voz muy entusiasta:
—No estés más triste, tengo la solución para que te distraigas y levantes el ánimo, América no es lo que has conocido hasta ahora, ya es tiempo de que te diviertas un poco.
Annie Wilson, la novia de John, había recibido una invitación de parte de su amiga Ellen McArthur para pasar un largo fin de semana juntas, ya que desde niñas habían estado muy unidas, tanto que se consideraban hermanas. Cuando Annie tenía apenas siete años de edad, su padre murió. Su padre era un aficionado de la pesca, siempre que tenía la oportunidad se introducía en el mar y en una de esas aventuras se encontró encerrado en medio de una tormenta, su pequeña barca no soportó y siendo golpeada por las inmensas olas, su padre y otras dos personas perecieron. Desde entonces la familia McArthur les brindaron todo el apoyo a sus vecinos, Annie prácticamente vivía con ellos después del desafortunado accidente, aunque no desestimaba la compañía de su madre, quien ahora se encontraba en una situación difícil. Ellos nunca tomaron ningún seguro de vida, no tenían familiares cercanos que los pudiesen ayudar y la señora Marge Wilson tenía que trabajar muy duro para poder cubrir todos los gastos y que la educación de Annie no se viera interrumpida, de día atendía la farmacia de la ciudad y en las tardes servía panqueques en la cafetería que estaba frente al muelle. A Marge, no se le hacía molesto que su hija pasara tanto tiempo con los McArthur, pues ellos habían demostrado ser personas honorables, respetuosas y sobre todo altruistas.
Annie y Ellen pasaban horas jugando a las muñecas, hacían casi todas las tareas juntas. El señor McArthur construyó una casa pequeña en el patio trasero para que ellas jugaran allí, pasaban horas hablando de lo que querían ser, Ellen decía que sería diseñadora de moda, luego corregía y decía que mejor sería un artista plástico, o mejor aún, ella sería arquitecto. Por su parte, Annie siempre decía que sería una Doctora, pues así podría salvar a todas las personas.
Luego que Ellen se graduara, los McArthur habían dejado la ciudad para mudarse a una ciudad distinta, desde entonces ellas no se habían vuelto a ver, se extrañaban, anhelaban ansiosas volver a encontrarse, así que esta era la oportunidad perfecta. Annie decidió invitar a John y juntos acordaron llevar a Petter.
John insistió, pero Petter estaba sin ánimos de querer hacer algo así, en realidad no tenía ánimos de nada, y menos de montarse en un avión e ir a otra ciudad, así que John usó a Annie como plan “B” para convencer a su amigo, y luego de algunos minutos acabaron lográndolo.
—Listo, salimos en dos días —dijo Annie, y se alejaron.
A la distancia se podía notar la emoción que John mostraba, como si se tratara de haber ganado un trofeo. Petter sonreía al ver cómo John murmuraba al oído de Annie mientras se alejaban, hacía gestos de euforia. Era evidente el gran cariño y la amistad que había crecido entre estos dos, y no era para menos, en tan solo cinco años habían vivido grandes momentos, John siempre había sido un apoyo incondicional para Petter y este se habría convertido para John en un hermano mayor, aunque solo se tenían un par de años de diferencia. Sus consejos, sus historias, su forma de ver la vida, hacían que John aprendiera el valor de las cosas, aún su noviazgo se lo debía a Petter.
Dos años atrás, cuando ambos salían de su jornada de trabajo, se disponían a cruzar la ciudad para ir a sus casas, John invitó a Petter a un lugar que seguro le gustaría.
—Ven, acompáñame, hay algo que te quiero mostrar.
—Siempre dices lo mismo amigo ¿Qué te traes entre manos?
Al llegar al lugar, Petter bromeó al notar que se trataba de la cafetería donde él solía ir.
—No me digas que me has traído aquí para mostrarme el lugar ¡Es mi lugar favorito!
—No, lo que sucede es que hace un par de semanas vine aquí, y quedé impactado con...
—Sí amigo, en este lugar preparan los mejores panqueques que jamás he comido.
—¡Oye! No se trata solo de los panqueques, hay algo que te quiero mostrar.
Mientras hablaban; Petter notó que a John se le comenzaron a cortar las palabras, se notaba nervioso. Finalmente, se dio cuenta de qué se trataba; al seguir la dirección de la mirada vacilante de John, se encontró con la hija de Marge. De vez en cuando iba al lugar a ayudar a su madre, aunque últimamente lo estaba haciendo con más regularidad. John se daba a conocer por tener mucha confianza en sí mismo, pero por alguna razón ahora se encontraba tímido, perdía la coherencia de las palabras cuando estaba cerca de Annie. Ella se había dado cuenta de que John se acercaba al lugar y se sentaba con la excusa de una malteada solo para verla pasar. Petter tomó cartas en el asunto, y no dudó en socorrer a su amigo, quien ahora era alguien que jamás había mostrado ser. Los presentó y se valió de toda elocuencia que había aprendido de John, hasta dejarlos solos.
Petter conoció a la señora Wilson mientras esta iba de camino a la cafetería, ya hace mucho que había dejado la farmacia y ahora se había dedicado a la cocina, el hecho de ser reconocida por su talento era algo muy confortante para ella. Petter le ofreció ayuda con los paquetes que llevaba y ella le invitó unos deliciosos panqueques con mermelada de blueberry y crema batida. Charlaron por unos minutos y Petter siguió su camino. Desde aquel entonces, cada vez que tenía tiempo pasaba por la cafetería, saludaba y no dudaba en ordenar lo mismo.
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