JASON KHASS

Dedicatoria:

A mi gran amigo y mentor,
Mi padre

Distinto

¿Me dejarán tomar café hoy? Esta era la pregunta de todas las mañanas, mientras las cuidadoras sonreían ante tal ocurrencia, pues ellas estaban seguras de que después de tanto tiempo él solo estaría bromeando, pero estaban equivocadas. En realidad, más que una seria pregunta era casi una súplica, pero Terry jamás permitiría que nadie asumiese que él estuviese rogando por algo, en lo absoluto. A diario solía decir que no necesitaba nada de nadie, en fin, toda su vida había tenido que trabajar y conseguir las cosas por sí mismo, y a estas alturas de su vida no iba a consentir que alguien osara pensar tal cosa. .

Terry estaba en este lugar prácticamente en contra de su voluntad, nunca quiso y ni siquiera imaginó estar en un lugar así, sin embargo, poco a poco se iba acostumbrando, no a las personas en realidad, sino a la silla frente a la ventana, era uno de los dos lugares donde se sentía más cómodo, así que dentro de la casa era su lugar favorito si acaso se le podía llamar de alguna manera. Estaba hastiado de tantas píldoras, a las 6 am, luego a las 10 am, otras diferentes a las 2 de la tarde, luego a las 6 pm y finalmente a las 9 pm, justo cuando se suponía que ya debía estar en la cama. No se sentía enfermo en lo absoluto, no había nada más que el peso de los años, al menos esto era lo que refutaba constantemente afirmándolo con una terquedad inquebrantable, pero en realidad, su tratamiento era con el fin de equilibrar todo el desorden que viene con los años, no obstante, su estómago era rebelde y se negaba a sanar de aquella úlcera que lo hacía sentir como si se estuviese quemando por dentro. Algunos años atrás, tanto el exceso de alcohol como la mala alimentación, el tabaco y aquel especial café, habían causado un colapso en su cuerpo, por suerte había logrado estabilizarse, aun así; deseaba con todas sus fuerzas unas cervezas, unas hamburguesas y su tan anhelado café con licor. Ya estaba harto de la comida que servían en aquel lugar, era tan sana y carente de aquella grasa que al gusto de Terry se hacía deliciosa, no tenía kétchup y tampoco ninguno de aquellos condimentos que su paladar extrañaba, sentía que las personas de allí eran quienes en realidad lo estaban matando poco a poco con esta comida desabrida y carente de vida. Seguramente esto era un plan de Jeremy, su hijo mayor; sabía que lo detestaba y posiblemente lo envió allí a morir. .

Terry detestaba la atención de las cuidadoras, aunque sabía que ellas solo estaban haciendo su trabajo con la mejor actitud y dedicación, estaba cansado de decirles que no necesitaba que nadie hiciera su cama, no quería que nadie organizara su ropa, ni que se encargaran de absolutamente nada de lo que él podía encargarse perfectamente. Aunque hacía un gran esfuerzo por no tratarlas de manera descortés, la amabilidad ya no era lo suyo, la había abandonado muchos años atrás, por lo cual, aunque trataba de disimular su incomodidad, su rostro dejaba reflejar lo mucho que le molestaba que tan solo alguien le dirigiera la palabra. .

Cuando Terry ingresó a esta casa, desde el primer momento se mostró muy callado, casi nunca hablaba y esto llamaba la atención tanto de algunas cuidadoras como de los otros ancianos ¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Por qué actuaba de esa manera? Estas eran algunas de las preguntas que surgían en el grupo, pero aunque más de uno quiso acercarse a él, el fuego del desprecio que se reflejaba en su mirada los ahuyentaba y con el pasar del tiempo, nadie más quiso acercarse a él. Era evidente que no quería estar allí, sentía cómo el poco aliento que podía quedar en él, iba disminuyendo y sus ganas de vivir se estaban marchitando, no tenía ningún sentido continuar una vida que hace mucho tiempo atrás había acabado.

Desde el primer día que la señorita Patterson vio a Terry, le tomó mucho aprecio, y así él lo había notado, aunque intrigado se preguntaba ¿Por qué lo hacía?, esto era algo que le fastidiaba totalmente. Ella no lo conocía en realidad y si lo que estaba intentando era ganarse su confianza o poder acceder de alguna manera a él, estaba muy equivocada, pues Terry no quería compañía ni la amistad de nadie, apenas se soportaba él mismo. Lo que Terry no sabía, es que él se parecía mucho al abuelo de Patterson, en casi todo, desde el color de piel hasta en lo amargado, así que cada vez que ella era rechazada por él, esto no le afectaba, pues, ya estaba entrenada. No sabía cómo actuar ante la amabilidad de ella, era realmente incómodo, pero con el tiempo ambos fueron entendiéndose.

Algunas tardes, se sentaba frente a la ventana y miraba a la nada, no estaba pensando ni reflexionando en nada, sentarse allí no era algo que tenía que hacer; sin embargo, prefería eso a tener que compartir la sala con todos esos viejos, además, el programa que veían en la televisión era totalmente ridículo para Terry Bailey, decía que ellos se comportaban como zombis que le habían entregado su alma a un aparato por unas pocas horas de distracción, consideraba que lo que veían ni siquiera era gracioso, menos interesante, la única razón por la que agradecía que llegara esa hora, era por el absoluto silencio que se escuchaba en la sala. Nunca hablaba con ellos, no sabía cómo se llamaban y aunque el primer día le entregaron una lista con los nombres de sus compañeros; él no mostró ningún interés ni hizo esfuerzo alguno en saber el nombre de los otros trece ancianos, quienes inevitablemente harían vida con él, antes prefirió botar la lista en la papelera que está de camino a su habitación. Siempre que las cuidadoras querían integrarlo al grupo, él se negaba y cuando ellas alegaban que todas las personas necesitaban interrelacionarse, esto le parecía tan absurdo que con rechazo respondía entre dientes que él no era igual a los demás, él era alguien diferente, distinto.

Hace muchos años, él pudo ser la persona más divertida del lugar, una vez que lograba superar la timidez; las ocurrencias eran su carta bajo la manga, de seguro nadie hubiese podido contener la risa, y ni hablar de sus imitaciones, tenía un talento especial para adaptar su voz y esto impresionaba a cualquiera que lo escuchase. Pero, eso ya había pasado, eso fue en otro tiempo, un tiempo que ya no deseaba recordar, pues tan solo pensarlo, era como ver la historia de alguien más. Sus emociones parecían haber quedado olvidadas en alguna estación de su brumoso viaje, en algún espacio muy distante donde el frío de la nada había entumecido su alma. Su vida parecía haberse detenido congelando así sus más profundos sueños, todos sus anhelos y pasiones habían quedado enredados en alguna de las enramadas de su espinoso camino. Sí, definitivamente era alguien distinto, pero no solo distinto a los demás, sino distinto a quién un día fue y a quién realmente era.

Ahora el aburrimiento adornaba el día a día según él, aunque una vez que lograba aislarse las cosas cambiaban un poco. Todos los días tenían actividades diferentes que buscaban mantener la koinonía entre ellos, divertirlos e integrarlos, puesto que era difícil hacerlos coincidir en puntos de vista, las experiencias y la edad habían moldeado el carácter de algunos haciéndolos más tolerantes y compasivos, otros eran más amables, otros habían aprendido a hablar un poco más y otros simplemente a callar, y ¿Qué decir de los que la vida los había convertido en seres obstinados? Terry encajaba muy bien en este último grupo, no obstante, por suerte era el único con esa característica.

En una de aquellas tardes, desarrollaron la misma dinámica de todos los jueves, pero esta vez hicieron una pregunta que llamó la atención de Terry, sobre todo porque en el tiempo que él había estado allí no había escuchado a nadie hacerla hasta entonces, tal vez porque era una pregunta evidente, una pregunta que movería los recuerdos de todos allí. Terry pensó qué tal vez esto era más que una simple dinámica de grupo, pues tenía una connotación de charla terapéutica, estaba convencido de que este tipo de charla no buscaba más que manipularlos, pero hoy había algo distinto, así que, de momento y sin percatarse; su atención se encontró secuestrada tras escuchar: ¿Qué es lo que más extrañan de sus vidas? ¿Hay algo que quisieran volver a vivir?

Entre una y otra respuesta, Tom Carter decidió intervenir y dijo:

Lo que más extraño es ver a mis amigos de siempre. No digo que ustedes no sean geniales, pero con los chicos teníamos más de 40 y hasta 50 años de amistad, algunos de ellos ya no están. Recuerdo que siempre que nos íbamos a reunir para cualquier cosa nos decíamos; nos vemos y allí planeamos que hacer. Porque lo importante nunca era el plan, sino vernos. Nada nos hacía reunirnos más que las ganas de vernos y contarnos nuestras cosas, hablar hasta tarde de cualquier tema, desde béisbol hasta política, pero nada de eso era tan urgente como vernos, el plan solo era una excusa, la mayoría de las veces nos olvidábamos que íbamos a hacer algo más. También recuerdo que había un lugar donde nos dejábamos notas, tomábamos un pedazo de piedra y escribíamos donde pudiésemos hacerlo, aquí o allá, nos dejábamos coordenadas y códigos que únicamente nosotros podíamos entender, era muy divertido. En realidad, solo eran lugares donde íbamos a estar reunidos… Daría cualquier cosa por volver a ver a mis amigos. Así que nunca olvidaré nuestra frase “lo importante es reunirnos, el plan está en segundo lugar”.

Terry nada más había tenido dos amigos en su vida y ambos los había perdido casi al mismo tiempo, él sabía lo que era una verdadera amistad, pero con los años lo fue olvidando, al punto que ya no le interesaba en nada el tema de la amistad, lo que le llamó la atención fue escuchar que un hombre que tal vez se encuentre a solo días de morir, esté anhelando ver a sus amigos. Era algo absurdo, si alguien no me piensa, no me visita y ni siquiera me escribe ¿Por qué tendría que hacerlo yo?, era lo que pasaba por su mente. Escuchar cosas tontas como estas, era justamente lo que le quitaba el ánimo de permanecer allí, aunque no podía negar que había encontrado hacer algo que definitivamente le fascinaba, así que cada vez que podía y sin medir la cantidad de veces en el día, salía al patio trasero de la casa y sentía la brisa fresca. Sus pulmones habían mejorado mucho y podía sentir la pureza en cada respiración, fuera de esto el lugar no tenía nada de especial para él, solo era un lugar bonito, pero él siempre decía que lo bonito era algo transitorio, por lo cual, la belleza de un lugar no era algo determinante, no obstante si por alguna razón querría quedarse en este lugar sería por la experiencia que podía vivir fuera de la casa, debajo del árbol que está cerca de la barranca, era tan silencioso y calmado, justo lo que necesitaba para poder mitigar de alguna manera todo aquel tormento que amenazaba a su alma, porque aunque podía huir del ruido exterior, el ruido que estaba dentro de él era muy difícil de apagarlo, se necesitaba más que un simple distanciamiento, era preciso algo más grande y más profundo, y ese algo se estaba armando en el firmamento. En la distancia y muy por encima de las galaxias, alguien planeaba ese algo para su vida. Así que, en aquella casa retirada de la ciudad, en una colina a las orillas de Asheville, NC. Terry Bailey estaba a punto de vivir la experiencia más dramática de su vida.

¿Has pensado en lo que te detiene para el éxito?
Descarga esta maravillosa historia que te hará reflexionar sobre la vida.

¡ADQUIÉRELO YA!

Si ya leíste el libro, me encantaría saber tu opinión, puedes escribirme y estaré publicando tu comentario.